El cardenal Tavera
Juan Pardo Tavera (1472-1545)
«No he sabido que pasase este año en el mundo cosa de importancia, todo estuvo suspenso y atento al nacimiento de el Cardenal, para que el fuese el más notable suceso y se llevase tras si todos los buenos que pudiera haver«. Con este ditirambo, describe el año de 1472, en que nació el futuro Cardenal Tavera, el canónigo penitenciario de la Catedral Primada y administrador del Hospital San Juan Bautista, Pedro Salazar de Mendoza, en la hagiografía que dedicó a su fundador, publicada en Toledo en 1603, obra de la que aún dependemos en exceso.
Nacido en Toro (Zamora), quedó huérfano de padre cuando aún contaba pocos años, por lo que la familia se trasladó a Madrigal de las Altas Torres, donde inició sus estudios de Gramática que completará en Salamanca, cursando latinidad, retórica y cánones. En esta Universidad alcanza, en 1504, la licenciatura en Decretos, al tiempo que es elegido rector de ella.
Al comienzo de su carrera, hasta que adquirió un nombre en la Corte, contó con la protección de su tío, Fray Diego de Deza. Este dominico que, en la década de 1480, había iniciado su carrera en la corte como preceptor del primogénito y único hijo de los Reyes Católicos, el malogrado príncipe don Juan, culminó su cursus honorum eclesiástico como Inquisidor General, en 1498, y arzobispo de Sevilla, en 1504.
Acompañó a su tío a Sevilla, donde fue beneficiado con una canonjía primero, una chantría después y finalmente el nombramiento como Vicario General. La tarea más relevante de esta época fue la visita de la Real Chancillería de Valladolid durante la cual Tavera asumió los principios de reforma administrativa que aplicaría posteriormente desde la presidencia del Consejo Real. Esperando recibir la presidencia de esta Chancillería para poder completar su labor aplicando las reformas, experimentó una cierta decepción al ser elevado al modesto obispado de Ciudad Rodrigo.
A la muerte de Fernando el Católico entró al servicio de Carlos V ganándose pronto su confianza, pues en 1521, le confió una misión diplomática en Portugal. Con ocasión del viaje para dar el pésame a su hermana mayor, la Reina Leonor —que acababa de enviudar— le encargó que iniciara conversaciones para un doble matrimonio, el de su hermana menor, la Infanta Catalina, con el nuevo Rey de Portugal, Juan III, y el suyo propio con la hermana de éste, la Infanta Isabel.
Debió satisfacer al emperador, porque a su regreso fue nombrado presidente de la Real Chancillería de Valladolid y Obispo de Osma y, poco después, arzobispo de Santiago y finalmente, en 1524, presidente del Consejo Real, desde donde aplicó las reformas administrativas anteriormente mencionadas. Desde entonces se convertirá en el principal apoyo de la Emperatriz Isabel durante las frecuentes ausencias del César Carlos. En 1531 el emperador le comunicó por carta que «Su Santidad me hizo merced del capelo de cardenal para vos lo qual yo le suplique«, alcanzando el cénit de su carrera eclesiástica.
En la década de 1530 el principal apoyo cortesano del flamante cardenal fue el secretario universal del emperador, Francisco de los Cobos, quien, a la muerte de Alonso de Fonseca, lo apoyó para ocupar la silla arzobispal de Toledo en 1534. A final de esta década, temiendo el emperador una concentración excesiva de poder en las manos de Tavera, lo cesó en la presidencia de Castilla compensándole con el cargo de inquisidor general. Este movimiento queda explicado por las disposiciones ulteriores del emperador, que convirtieron a Tavera en regente efectivo en su ausencia, en un momento en que la unión de Cobos y Tavera se estaba rompiendo, luchando cada uno por promover a criaturas de su facción. En los últimos años de su vida prestó una mayor atención a los asuntos de su archidiócesis y a su proyecto de hospital para “los tocados de diferentes enfermedades”. Murió el 1 de agosto 1545, en Valladolid, a donde había acudido para oficiar el bautizo del primogénito del príncipe Felipe (futuro Felipe II), el infante Carlos, y las exequias de su madre, la princesa María Manuela de Portugal, muerta tras el parto.
En su testamento dejó establecido que su cuerpo fuera depositado en la capilla mayor de la Colegiata de Santa María de Valladolid, hasta que sus restos pudieran trasladarse a la “capilla qvestá traçada para se edificar en el hospital de Sant Joan que he hecho erigir y se edifica extramuros de la ciudad de Toledo”, es decir, al que hoy conocemos como Hospital Tavera, monumento que construyó para perpetuar su memoria y que, después de haber barajado diferentes proyectos de enterramiento a lo largo de su vida, finalmente eligió como morada para la eternidad.