Los Adelantados Mayores de Andalucía

Pedro Enríquez de Quiñones (ca. 1435-1492)

Catalina de Ribera y Mendoza (ca. 1447-1505)

El linaje de los Ribera, procedente de Galicia, se había asentado en Sevilla a principios del siglo XIV, aunque no es hasta el final de esta centuria cuando inició una acelerada ascensión social que debe a Per Afán de Ribera, El Viejo, nombrado Adelantado Mayor de Andalucía en 1396, y a quien sus descendientes consideraron como el fundador del linaje.  Durante todo el siglo XV, la promoción social y económica de los Ribera se asentó fundamentalmente sobre la posesión y defensa de diversos señoríos en la frontera con el Reino de Granada.

Las dos mujeres de don Pedro Enríquez, Beatriz y Catalina, eran hijas de María de Mendoza, Condesa de los Molares, y del III Adelantado Mayor de Andalucía, el segundo Per Afan de Ribera, quien murió en 1454 dejando a su viuda al cargo de cuatro hijas menores de edad. Supo doña María —con ayuda de su padre, el marqués de Santillana, y de sus hermanos— defender con mucha inteligencia los derechos de sus hijas, a quienes consiguió casar con miembros de la alta nobleza, y, lo que es más sorprendente, obtuvo del rey Enrique IV la promesa de reservar el Adelantamiento Mayor de Andalucía para quien casara con su hija primogénita, concediendo a dicho matrimonio un atractivo político de primer orden.

 Por su parte, Don Pedro Enríquez, que nació hacia 1435, era el segundo hijo del Almirante de Castilla y pertenecía a un linaje nacido de la Casa Real de Castilla, de la descendencia del hermano gemelo del rey Enrique II. Estaba emparentado con las casas reinantes en Castilla y Aragón, en tanto que tataranieto del rey Alfonso XI y tío de Fernando el Católico. Poco después de su matrimonio con Beatriz de Ribera, en1460, se convirtió en Adelantado Mayor de Andalucía, dedicándose a desarrollar una intensa actividad política en Andalucía. Para ello contó con la ayuda de su cuñado, el duque de Medina Sidonia, y con el decidido apoyo de sus sobrinos, los Reyes Católicos, a quienes acompaño permanentemente en la conquista del reino de Granada.

El nuevo matrimonio de don Pedro con Catalina de Ribera, contraído hacia 1475, significaba, por tanto, la segunda unión de los linajes de Enríquez y de Ribera. La existencia de descendencia del primer matrimonio implicaba, a su vez, la necesidad de constituir las señas de identidad de un nuevo linaje que se preveía iba a desgajarse del tronco principal. Las principales señas de identidad de un linaje eran su casa principal y su lugar de enterramiento. Para satisfacer la primera necesidad, el matrimonio adquirió a principios de 1480 un conjunto de casas que son el germen de la actual Casa de Pilatos, y para la segunda, en 1490, llegó a un acuerdo con el Prior de la Cartuja de las Cuevas para que sus descendientes pudieran enterrarse en una de las edificaciones más suntuosas del Monasterio, la Capilla del Capítulo.

Ocupado don Pedro en la Guerra de Granada, donde mandaba un contingente compuesto por seis mil peones y quinientos caballeros, y muerto al regresar de ella en 1492, hay que considerar que fue su mujer, doña Catalina de Ribera, que le sobrevivió trece años, la verdadera artífice de este palacio. Catalina de Ribera era nieta, por su madre, la condesa de los Molares, del I marqués de Santillana, uno de los nobles más influyentes en la política de su tiempo, gran poeta y mecenas que además supo inculcar a sus descendientes los valores del humanismo y la trascendencia sociopolítica que el mecenazgo artístico tenía como fuente de reconocimiento y distinción social. No en vano, las principales obras arquitectónicas realizadas en España, desde mediados del siglo XV hasta principios del XVI, están vinculadas a sus hijos y nietos.

El protagonismo de las mujeres es una constante en la historia de la Casa de Ribera (Ladero Quesada, 1984, p. 452)  y Catalina constituye, probablemente el mejor ejemplo. Huérfana de padre desde muy niña, como hemos visto, Catalina, hubo de ser educada únicamente por su madre, María de Mendoza, quien debió inculcarle la virtud renacentista de la magnificencia, cuyo ejercicio en arquitectura producía suntuosas moradas para la vida y para la muerte que habrían de reflejar la calidad de sus moradores, preocupación que aparece reflejada en su testamente en el que exhorta a sus hijos con estas palabras: “Ruego os acordéis del buen linaje donde venís”. Los libros, alhajas y obras de arte que aparecen registrados en su inventario post-mortem revelan una cultura que no estaba al alcance de muchas mujeres de la época y que le impulsó a un mecenazgo artístico que desbordó con creces los límites de su palacio, la actual Casa de Pilatos,  pues además de obras hoy desaparecidas, también construyó el palacio de las Dueñas para su segundo hijo y dejó mandas testamentarias para la construcción de un hospital, que, en manos de sus descendientes, acabaría siendo el Hospital de las Cinco Llagas, actual sede del Parlamento de Andalucía.