Salón del Pretorio
Este salón forma con el corredor adyacente, conocido como del Zaquizamí y la Sala Dorada un conjunto arquitectónico homogéneo construido por don Fadrique Enríquez de Ribera, I Marqués de Tarifa, en los años treinta del siglo XVI.
La Carpintería de Taracea
Esta estancia conserva todos sus revestimientos originales, no sólo las azulejerías, yeserías y artesonados, como en el resto de los salones, sino incluso la carpintería de taracea mudéjar de puertas y ventanas, construida entre 1534 y 1539, en las que una mirada atenta puede aún distinguir restos de su antigua policromía, y que son obra de Andrés de Juara. De estas obras de taracea —técnica que consiste en la composición de complejas figuras mediante incrustación de maderas diversas— destacan además de las mencionadas portezuelas y ventanas, los soberbios portalones de cinco metros de alto que cierran este salón y que hasta el siglo XIX cerraban el salón antecapilla. Son obra de fines del siglo XV y presentan el mismo esquema ornamental en ambas caras diferenciándose únicamente en que la inscripción, en lengua latina y letra gótica cursiva, que recorre sus largueros contiene el padre nuestro en la cara interna y el credo en la externa.
El artesonado de casetones
El mismo carpintero construyó el bello artesonado de casetones que cubre este salón, cuyo esquema formal, cinco grandes lineas de casetones cuadrados, nació en la Antigüedad Clásica y reapareció en la Italia del Renacimiento, donde contaban con el venerable modelo de las cinco filas de artesones que aligeran el peso de la cúpula del panteón de Agripa en Roma. Con seguridad, don Fadrique vió alguno de estos artesonados durante su travesía por Italia hacia Jerusalén, quizás el de la Catedral de Pisa o el de la Iglesia de San Lorenzo en Florencia. En cualquier caso, su estructura es mucho más «moderna» que la del resto de armaduras del palacio y, sin embargo, la decoración interna de cada uno de los artesones sigue dominada por los elementos propios de la carpintería mudéjar: los diseños de lacería, es decir de líneas entrecruzadas que forman complejos polígonos, y los mocárabes, que son los prismas combinados que caen a modo de estalactitas. Como en el patio, de nuevo nos encontramos una estructura renacentista casi oculta bajo una profusa y dominante ornamentación mudéjar, circunstancia que deriva de un doble condicionamiento: las tradiciones y conocimientos del artesanado local, sin duda, pero también, la atracción extraordinaria que la decoración del Alcázar, el palacio del Rey, ejercía todavía sobre las élites urbanas como fuente de prestigio y distinción social.
El eje central de la ornamentación de este artesonado son los ocho escudos que ocupan sus calles centrales con los que el Marqués de Tarifa rinde homenaje a su linaje, el de los Enríquez de Ribera, y, al rememorar sus alianzas por vía matrimonial, exhibe la promoción social y política que éste ha experimentado en las últimas generaciones, vinculándose a grandes apellidos de la aristocracia castellana como los Mendoza, Quiñones, Figueroa, Portocarrero y Toledo.