La escalera principal
La primera escalera monumental de Sevilla
En el palacio medieval la escalera debió ser un elemento puramente funcional, una escalera de caracol que posiblemente llegaba al mismo sitio que la actual, mandada construir el I Marqués de Tarifa en la década de 1530 ocupando un salón preexistente.
Es ésta la primera escalera monumental de la ciudad y, por tanto, es un reflejo temprano del singular protagonismo que la escalera cobró en el ceremonial cortesano durante el Renacimiento, ejerciendo de divisoria entre el espacio más público del patio y los salones representativos de la planta noble. Este papel explica un diseño que persigue monumentalizar el espacio, policromándolo con abigarramiento y cubriéndolo de la forma más suntuosa que pueda imaginarse, mediante una soberbia cúpula similar a la del Salón de Embajadores del Real Alcázar.
La media naranja
Para valorar el cambio radical que el marqués de Tarifa introduce en la función de la escalera, baste recordar que las cúpulas evocaban simbólicamente la bóveda celeste en la tradición islámica, tanto por su forma, como por una composición geométrica que representa el orden, la perfección y el movimiento de los astros, y se utilizaban para cubrir el principal salón de ceremonias de un palacio. Por eso y por la dificultad de su construcción —el carpintero que las armaba debía alcanzar el grado más alto del gremio, el de «geométrico»— de este tipo de cúpula existen sólo tres ejemplares en España y otro fuera de ella, en Perú, que es una reconstrucción de 1973.
La transición entre la planta cuadrada y la armadura circular se efectúa por grandes trompas cuajadas de decoración de mocárabes dorados que alojan las armas, sostenidas por tenantes, de los padres del I Marqués de Tarifa: Enríquez y Quiñones, por don Pedro, y Ribera y Mendoza, por doña Catalina.
Pese a la rica policromía que sigue teniendo este espacio, la usura del tiempo, junto con las reformas introducidas a mediados del siglo XIX, la han reducido bastante. En un mundo en el que los tintes eran un producto accesible a una minoría, todo tendía a ser de color pardo, por lo que los dorados y los colores brillantes y contrastados eran un signo claro de distinción social. Habría, por tanto, que imaginarlo como lo concibió don Fadrique, con los dorados y policromías de las carpinterías intactos, su solería de brillante mármol negro y unas vidrieras realizadas por maestros flamencos. El logro no pudo ser más acabado pues en la ciudad no se ha construido escenario más original y monumental que éste.
Las reliquias del gallo de la Pasión
En el rellano, podrá ver, enmarcada en un altar presumiblemente dieciochesco, una copia de época de la Virgen de la Servilleta. En el siguiente rellano, en un hueco practicado en el muro, bajo el arco, podrá ver, tras una reja, una tablilla de madera pintada con un gallo para señalar, según la tradición popular, el lugar en que se encuentran los huesos del animal que cantó cuando San Pedro negó a Cristo, una de las muchas reliquias que el marqués de Tarifa, gran coleccionista de estos objetos de veneración, trajo de su viaje a Jerusalén