El Greco trazó y realizó un tabernáculo y custodia, probablemente sobre el modelo doble del monasterio del Escorial, para el altar de la capilla provisional del Hospital Tavera —que se coronaría con su escultura de Cristo resucitado— entre 1595 y 1598, obra que terminaría sobre el nuevo altar mayor de la gran Capilla inaugurada en 1624. Poco después de su hechura, en 1608, Dominico proyectó e inició el nuevo retablo mayor y los dos laterales, que habrían constituído una obra maestra de decoración eclesiástica de haberse realizado también el primero según sus trazas y haberse colocado en ellos los lienzos que el cretense había ideado.
Pedro Salazar de Mendoza (1549-1629), administrador del hospital y amigo del pintor, contrató la obra que terminaría dando, a su conclusión en 1598, nuevos motivos de discusión entre el artista y su cliente. Según el contrato, ambos debían nombrar tasadores y lo hicieron en julio, respectivamente el entallador Toribio González de la Sierra y el ensamblador Luis Navarro, y dieron poder a don Pedro Lasso de la Vega para que nombrare un tercero si no llegaban aquellos a un acuerdo; el primero la valoró en 8.950 reales y el segundo en 21.712; ante la discordia intervino don Pedro, nombró árbitro al platero Francisco Merino y este procedió, con la ayuda de un escultor venido de Talavera de la Reina, Benito de Ureta, a llevar la suma a 25.000 reales en agosto. El Greco, ante tal situación, aceptó cobrar -«por la devoción que le tengo [al dicho ospital] y amor del dicho señor administrador«- solo la altísima suma de 16.000 reales; hasta la fecha el artista había ya cobrado del Hospital Tavera 13.800 reales, y el artista se contentaba con unos nuevos 2.200 reales. No obstante, esta «gracia» a su «amado» don Pedro Salazar, quizá menos desinteresada de lo que pudiera pensarse, no fue suscrita por Dominico hasta el 30 de diciembre, transcurridos más de cuatro meses desde la tasación a su favor, a la que renunció pues no quería «aprovecharse de ella«. No parece sino que, al rechazar los más de 800 ducados que legalmente le habían correspondido, hacía un favor y eludia la dilación en el cobro de haberse dado finalmente un pleito.
La obra del tabernáculo no solo consistía en la estructura arquitectónica que todavía en parte se conserva en la Capilla, sino que incluía cinco figuras escultóricas, un Cristo resucitado y los cuatro doctores de la Iglesia (San Jerónimo, San Gregorio, San Ambrosio y San Agustín), y doce figuras -de mármol fingido y que representarían a los apóstoles- que se debían colocar en los nichos pequeños y que el artista no llegó jamás a entregar. El “Cristo de la Resurrección” no remataba la cúpula del tabernáculo sino que se elevaba por encima de la caja o custodia para las formas, colocándose al parecer suspendido sobre el sucedáneo del sepulcro. Esta obra en su conjunto, con su arquitectura miguelangelesca -sobre el modelo de San Pedro de Roma- y su escultura presentaba caracteres de gran modernidad, evidentes tanto en el dinamismo que le confería su falta de unidad, sus juegos de luz interior y la interrelación -a la postre escenográfica- de la arquitectura y la escultura. Tenía razón el tasador Navarro al señalar como lo más meritorio de la obra «el trabajo de hacer las trazas y plantas y la maestría, que es la de más estimación y donde el dicho Dominico puso mucho travajo y cuidado«, perífrasis de lo que podríamos sintetizar en un sustantivo adjetivado: invención global.
Por otra parte, el Cristo resurrecto -policromado en sus carnaciones en tonos muy claros, casi blancos, a excepción de sus cabellos de color negro- se nos muestra completamente desnudo, frente a las ideas de decoro y propiedad típicas de la Contrarreforma, adelantándose hacia el espectador en actitud de serena divinidad, en un ejemplo de simplicidad de las líneas y constituyendo un bello modelo de ingravidez corporal y equilibrio que el tema requería.
Fernando Marías, enero 2008