De las 302 obras que reunió Francisco de Benavides Dávila y Corella, IX conde de Santisteban, durante su virreinato de Nápoles, 42 eran imágenes devocionales con retratos o historias de santos, alcanzando hasta 66 si agregamos los de santas y beatos, de las cuales 18 atribuían los inventarios a Luca Giordano. Dentro de ellos predominaba el santoral italiano y los fundadores de órdenes monásticas. (Cerezo, 2005)
En esta obra Giordano pinta al fundador de la Orden de Predicadores en apoteosis, sobre nubes y rodeado de ángeles. En su representación, el artista subraya la característica que, de este orden, más apreciaba la iglesia de la Contrarreforma: su papel en la defensa de la doctrina de la Iglesia proporcionando numerosos teólogos a los tribunales inquisitoriales y a la elaboración del índice de libros prohibidos. Representa esta idea con un ángel de vivos colores que alza un libro abierto e impecable —presumiblemente la Biblia, uno de los atributos tradicionales del santo— que contrasta, en su diagonal, con las hojas y libros destrozados y en llamas que envuelven al personaje que se tapa el rostro, idea que refuerza pintando al pie del santo uno de sus atributos iconográficos: un perro con una antorcha en la boca que, por una parte, rememora el sueño que su madre tuvo y que interpretó Santo Domingo de Silos como la luz que el niño daría al mundo con su predicación y, por otra, recuerda la falsa etimología que atribuye el nombre de la orden a su condición de “perros del señor” o “Domini canis”. En el ángulo opuesto, un ángel porta una azucena blanca, otro de sus atributos habituales.