Dos de los tapices, los de mayor riqueza material y compositiva, que se exponen en el Hospital de Tavera de Toledo forman parte de una serie, hoy dispersa, tejida en los telares del tapicero bruselense, Willem de Pannemaker. El año que aparece en el orillo del primer tapiz de la serie,1570, debe ser el del inicio de la ejecución del conjunto que tardaría, al menos, cuatro años en completarse. Así, habiendo, Pannemaker, iniciado su actividad en la tercera década del siglo XVI y cesado en 1581, este ciclo sería una obra de madurez del más célebre de los tapiceros flamencos, proveedor de la casa de Habsburgo y de contados y prominentes aristócratas de la Monarquía Hispánica, que culminó su última década de oficio tejiendo la que es —en palabras de Concha Herrero Carretero, conservadora de Tapices de Patrimonio Nacional, (2010, p. 8)— “una de las más bellas series de las concebidas en la centuria, comparable o superior a las Poesías o Fábulas de Ovidio en poder de Felipe II en 1556, o a las fábulas de Vertumno y Pomona adquiridas por María de Hungría antes de 1548”.
Desde que, en la primera publicación de esta serie, José Ramón Mélida avanzara la hipótesis de que pudo ejecutarse por encargo de Juan de la Cerda, IV duque de Medinaceli, durante su estancia, como gobernador, en los Países Bajos, se ha mantenido a éste como su comitente. Más recientemente, con ocasión de su exposición de 2010 en el museo del Prado, Concha Herrero Carretero localizó, en el Archivo Medinaceli, el documento más antiguo conocido hasta la fecha que mencione este ciclo: el inventario que de sus bienes muebles ordenó elaborar Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, I duque de Lerma, a la muerte, en 1603, de su esposa Catalina de la Cerda, hija del mencionado IV duque de Medinaceli. Para la autora, este documento corroboraría la hipótesis de Mélida y permitiría deducir la vía por la que entró en la colección del célebre valido de Felipe III: la dote de este matrimonio de la hija menor del IV duque de Medinaceli, celebrado en 1576. Pese a la verosimilitud de esta conjetura, habría que tener en cuenta, además del estatus económico y social de cada uno de los cónyuges en 1576, que la estancia en los Países Bajos del IV duque de Medinaceli se redujo a unos pocos meses del año 1572, es decir, con la serie comenzada dos años antes, y que esta tapicería es el último asiento del inventario de 1603.
Indicio de la importancia que se le concedió a esta tapicería es, por una parte, que estuvo entre el parco conjunto de bienes de la colección del I duque de Lerma que se transmitió a la siguiente generación — la colección se diluyó con la misma rapidez con que se constituyó— y llegó a su nieto Francisco, II duque de Lerma, casado con Feliche Enríquez de Cabrera; pero, por otra, y sobre todo el que esta longeva duquesa viuda de Lerma, que sobrevivió cuarenta años a su marido, quisiera asegurarse de que el bien más preciado y representativo de la colección heredada por el difunto, estos ocho tapices, quedara vinculado permanentemente al mayorazgo de la Casa de Lerma, siempre que esta siguiera en su descendencia. Como dicha casa estaba, por entonces, bajo un difícil, por agnación rigurosa, pleito de tenuta, estableció como condición de que, en caso contrario, integrase el mayorazgo de la Casa del Adelantamiento Mayor de Castilla, vía por la que, esta tapicería quedó vinculada dentro del patrimonio de la casa de Medinaceli.
En la testamentaría en la que se dividió la colección Medinaceli, la del XV duque, Luis Tomás Fernández de Córdoba (1813-1873), la serie de tapices quedó en un proindiviso que se mantuvo hasta 1909 y del que no hay documentación hasta 1903, año del fallecimiento de Ángela Pérez de Barradas, duquesa viuda de Medinaceli, más conocida como duquesa de Denia, quien sucesivamente ocupó los dos palacios en que el conjunto estuvo expuesto durante estos años: el del Paseo del Prado, primero y el de la Plaza de Colón después, ambos desparecidos. Del último, que compartió con su segundo marido, Luis de León y Cataumber, se conservan algunas fotografías de revistas de época que muestran parte de la serie, los tres tapives que heredó el XVII duque de Medinaceli, colgada en las paredes del salón donde se conservaba la armería de la Casa de Medinaceli, hoy en el Museo del Ejército por legado testamentario de este mismo duque.
La serie era ya conocida entre los especialistas cuando, en 1905, se decidió fotografiarla para elaborar un álbum, con texto y pies de fotos de José Ramón Melida, con el fin de publicarlo enviándolo a diversas revistas de arte. Aunque no se ha localizado ningún ejemplar de este álbum que el arqueólogo tituló “Las Fabulas de Mercurio”, dos artículos publicados bajo su firma, en 1905 (Les Arts Anciens de Flandre, I pp. 169-171) y 1907 (Forma, vol. II, pp.262-274) derivan de él. En ellos, corrige el lugar de fabricación que había propuesto los tasadores, advirtiendo que llevan la marca conocida de los talleres de Bruselas, la doble B; avanza la hipótesis ya mencionada de un posible encargo del IV duque de Medinaceli y altera ligeramente el orden que le habían dado los tasadores, aunque, al no lograr identificar la fuente literaria, tampoco consigue ordenarla correctamente.
En 1963, otro arqueólogo, Antonio Blanco Freijeiro, reconoció la fuente literaria utilizada por el cartonista que dibujó la serie: el relato de los amores de Mercurio y Herse del libro II de la Metamorfosis de Ovidio. Al ser esta la historia una alegoría de la corrupción que en Aglauro provoca la envidia por la belleza de su hermana Herse y del castigo que esto merece, Blanco Freijeiro la tituló Tapicería de la fábula de Aglauro. Años más tarde, en 1994, Nello Forte Grazzini, analizando otra edición del mismo tema, de la que se conservan solo tres tapices, uno de ellos en el Quirinale, situó al cartonista en el círculo de Giulio Romano en Mantua, cuyo conocimiento de la obra de Rafael, explicaría las referencias a su escuela. Actualmente se propone a Giovanni Battista Lodi como el pintor, natural de Cremona, pero residente en Flandes, “que podría haber dirigido la ejecución de los grandes modelos pictóricos basándose en los dibujos que le habrían enviado desde Mantua”.(N. Forte Grazzini, 2010, p. 48).
En 2010, Concha Herrero propuso denominar la serie “Las bodas de Mercurio” tal como figuran en el inventario del duque de Lerma de 1607, por ser más expresivo que el de Historia de la fábula de Mercurio con el que aparece tanto en el asiento del de 1603 como en la primera publicación de Mélida. No obstante, como se conocen tres ediciones de dichas bodas y esta no sería la edición príncipe, sino que, la primera edición o se ha perdido o es la tejida por el tapicero Dermoyen hacia 1540 como muy tarde (Ibid. P. 47), hemos creído preferible titularla Serie Lerma-Medinaceli de las bodas de Mercurio, para recoger su historia material y, al mismo tiempo, distinguirla de las otras dos ediciones.
A continuación, detallamos el orden de la historia tal como lo estableció Blanco Freijeiro, titulando cada tapiz según el mencionado artículo de Concha Herrero, mencionando la numeración con el que se sortearon, que corresponde con el orden en que estuvieron expuestos en el palacio Medinaceli de la plaza de Colón y el título que los tasadores, Guillermo de Osma y su suegro, el conde de Valencia de don Juan, le dieron en 1903:
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Mercurio enamorado de Herse: Ovidio imagina a Mercurio como un milano que, volando en círculos, va quedando crecientemente prendado de la belleza de Herse, hija del rey de Ática, Cécrope, que destaca entre el resto de las doncellas que pasean desde la fortaleza regia. En 1909, bajo el número 2 y título de “El paseo”, correspondió a María del Dulce Nombre Fernández de Córdoba y Pérez de Barradas, duquesa consorte de Híjar y está expuesto hoy en el palacio de Dueñas de Sevilla al haberlo recibido por herencia su bisnieta, la XVIII duquesa de Alba.
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Paseo de Mercurio y Herse: Mercurio decide bajar a la tierra sin disfraz, confiado en que su belleza enamorará a Herse. En 1909, bajo el número 7 y título de “Dos figuras”, correspondió a María del Carmen Fernández de Córdoba y Pérez de Barradas, condesa de Gavia y de Valdelagrana, quien legó todos sus bienes a la orden Capuchina. En 1965 fue adquirido por el Museo del Prado. De este legado también procede otra obra de arte adquirida por este museo en 1969: el Retrato ecuestre del duque de Lerma de Rubens.
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Mercurio detenido por Aglauro: Mercurio llega ante Aglauro, otra hija del rey Cécrope, que ocupaba la habitación contigua a la de su hermana Herse que Mercurio habría de atravesar para llegar a ella. Aglauro osa interpelar al dios sobre su identidad y la causa de su venida y éste le pide ayuda “para que de su prole tía pudiera llamarse”, pero Aglauro le exige a cambio una cantidad exorbitante de oro y lo despide, provocando la cólera de Minerva. En 1909, bajo el número 4 y título de “La Escalera”, correspondió el XVII duque de Medinaceli en cuya herencia pasó a su segunda hija, Paz, XVI duquesa de Lerma, y hoy es propiedad de su hijo, Fernando Larios Fernández de Córdoba, duque de Lerma quien lo tiene en depósito en la Fundación Casa Ducal de Medinaceli.
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Cécrope da la bienvenida a Mercurio: Este tapiz, junto con el actual número 6, son precisamente los de asunto más consonante con la mentalidad cortesana y, sin embargo, los únicos que no tienen estricta correspondencia con el relato de Ovidio. Cécrope fue el primer rey mítico del Ática y es aquí representado como monarca magnífico y obsequioso y no, como lo imaginaba el mito, en su naturaleza zoomorfa, mitad hombre, mitad serpiente. A él se atribuyen las primeras normas civilizadoras introducidas en Atenas, entre ellas, la institución del matrimonio. Pero, Cécrope es también padre, por lo que su obligación principal era dar estado a sus hijos, que, en el caso de las hijas, se traducía en procurarles matrimonios hipergámicos, de suerte que, recibir adecuadamente a un dios, que pretende a una de sus hijas, formaría parte natural del ethos aristocrático. Este tapiz es el que, en 1934, la viuda de Carlos Fernández de Córdoba, II duque de Tarifa, incluyó dentro del legado que de parte de su colección hizo al Museo del Prado, donde permanece. En el sorteo de 1909 era el número 5 titulado “El dosel” y correspondió a la duquesa de Uceda que lo debió permutar con el que tocó a su hermano, el duque de Tarifa.
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Aglauro corrompida por la envidia: Minerva encolerizada ordena a la Envidia que emponzoñe con su veneno a Aglauro. Aunque Ovidio sitúa esta escena en el lecho de Aglauro, el cartonista prefiere situarla en un banquete cortesano que el rey ofrece a su huésped divino. En 1909, bajo el número 1 y título de “La cena” correspondió al XVII duque de Medinaceli que lo dejó por herencia a su tercera hija, la XX duquesa de Cardona, en cuya descendencia continúa.
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Baile en el palacio de Cécrope: Como ya hemos advertido en el número 4, este tapiz no tiene equivalente en el relato de las Metamorfosis y podría estar en otras posiciones, pero Blanco Freijeiro lo colocó después del banquete, por lógica cronológica y porque el baile formaría parte del escarmiento ideado por Minerva para castigar la soberbia y avaricia de Aglauro: ser devorada por la envidia al contemplar la felicidad de su hermana Herse. En 1909, bajo el número 8 y título de “El baile”, correspondió al XVII duque de Medinaceli de quien lo heredó su hija primogénita, Victoria Eugenia Fernández de Córdoba, fundadora de la Fundación Casa Ducal de Medinaceli, institución que lo adquirió en 2004.
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Cámara nupcial de Herse: Esta escena es una visión que la Envidia pone ante los ojos de Aglauro: la feliz consumación del matrimonio de Mercurio con su hermana Herse. En 1909, bajo el número 3 y título de “La Cama”, correspondió a Fernando Fernández de Córdoba, XIV duque de Lerma, quien rápidamente lo vendió a Jacques Seligmann, el más importante anticuario de la época, con sede en Paris y Nueva York, donde lo adquirió el banquero y coleccionista de arte español e italiano, George Blumenthal, patrono y séptimo presidente del Metropolitan Museum of Art de Nueva York, al que lo legó en 1941.
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Metamorfosis de Aglauro y partida de Mercurio: El cartonista representó en una sola imagen dos escenas sucesivas. A la izquierda, el castigo de Mercurio a Aglauro que, corrompida por la envidia, espera en el umbral de la escalera para impedir la entrada del dios diciéndole: “de aquí no me pienso mover hasta que no te expulse”, por lo que el dios, ateniéndose a sus palabras, la transformó en piedra. A la derecha, el fin de este mito con el vuelo del dios que, una vez ejecutado el castigo que las palabras y el alma sacrílega de Aglauro merecen, agitando las alas vuelve al éter. En 1909, bajo el número 6 y título “El recibimiento”, correspondió al duque de Tarifa quien debió permutarlo por el número 5 con su hermana, la duquesa viuda de Uceda, posiblemente por ser sensiblemente menor. Este tapiz siguió el mismo camino que el anterior.