En 1716, en el inventario de bienes muebles realizado a la muerte de Francisco de Benavides, IX Conde de Santisteban, aparece esta magnífica obra de Giuseppe Recco con la siguiente descripción: «Otra pintura grande con marco negro y cantoneras doradas de un negro y diferentes Varros y Vidrios». El inventario de 1750 titulado «Razón de las pinturas vinculadas» añade, «la Figura del Negro de mano de Jordan…«, informándonos así de que el sirviente que porta la bandeja dorada lo pintó Luca Giordano, cuya colaboración con el taller de Recco es bien conocida y se remonta, al menos, a 1669 en que Giuseppe Paravagna, marqués de Noja, pagó a ambos una “Naturaleza muerta con peces y un pescador” (Ferrari-Scavizzi, A203). El conde de Santisteban pudo adquirir este cuadro o incluso encargarlo recién llegado a Italia en 1678, como Virrey del reino de Sicilia, pero es más probable que lo hiciera a su llegada a Nápoles en 1687, también como virrey. Su primera ocupación fue resolver la compleja testamentaría de su predecesor, el marqués del Carpio, en cuyo inventario de 1683 Giuseppe Recco es mencionado como “pittore del Marchese de los Velez”, virrey entre 1675 y 1682 (Burke y Cherry, 1997, p. 761), es decir, el periodo en el que está fechado el cuadro.
En plena madurez, entre 1675 y 1680, Giuseppe Recco, que hasta entonces era conocido por sus pinturas, acordes con la tradición familiar en la que se había formado, de fauna marina y flores, debió sorprender en Nápoles pintando algunos bodegones como este, tan espléndidos como insólitos, hasta la fecha, en el mundo pictórico partenopeo (M. Hilaire-N. Spinosa, 2015, p.286). Con una luz que penetra lateralmente desde abajo, exhibe una singular maestría en el estudio de las transparencias y la refracción de la luz sobre distintos materiales. Sobre una mesa rota de mármol y otros soportes también pétreos, acumula, en un desorden barroco, una espléndida y exótica colección de complicadas cristalerías venecianas, cerámicas mexicanas o mayólicas, alambiques tumbados y objetos de la Magna Grecia que dispone en planos sucesivos para conceder profundidad escenográfica a la obra. Este efecto se agudiza con una cortina azul con cordones dorados que abre a un paisaje apenas visible, oculto por las formas arquitectónicas que exponen los objetos mencionados, entre los que, en el centro, destaca un enorme florero broncíneo adornado con una centauromaquia. En el ángulo inferior izquierdo aparece la figura citada del sirviente que se asoma vestido con traje orientalizante, portando en sus manos una bandeja de metal cubierta por objetos similares a los representados en el resto del cuadro. En la boca del jarro con decoración vegetal azul, situado junto al plato de mayólica, se puede leer: “Go. Recco.F. 1679”