Hijo de un modesto pintor que le enseñó los rudimentos del arte de la pintura obligándole a dibujar obras singulares de iglesias y galerías napolitanas, desde muy joven se formó siguiendo la tradición del naturalismo de Ribera del que, al decir de Oreste Ferrari y Giuseppe Scavizzi, sale muy lentamente. Del estudio de los grandes maestros, en sucesivos viajes a otros puntos de Italia, sobre todo Roma y Venecia, consiguió un estilo que fusionaba múltiples influencias: Ribera, la escuela veneciana, Mattia Pretti y Rubens; y una rapidez de ejecución que le valió el calificativo de «Luca fa presto«.
Aunque Luca Giordano no llegó a España hasta 1692, su obra era conocida y apreciada desde mucho antes, como demuestra el formidable encargo de 122 pinturas que, a través de los virreyes de Nápoles, marqués del Carpio y conde de Santisteban, hizo Carlos II en la década de los ochenta para las colecciones reales, de la cuales entre 1683 y 1688 llegaron cuarenta y cinco. Por ello, cuando el rey Carlos II le pidió que realizara los frescos del Monasterio de El Escorial, se le esperaba con cierta expectación y suscitó una admiración que le posibilitó permanecer en España durante diez años ejecutando obras en diferentes iglesias y pintando encargos para las colecciones reales y nobiliarias. La muerte de Carlos II y la crisis sucesoria que desencadenó le empujaron a volver a Italia en 1702 donde fallecería tres años después.
Esta admiración de la corte española contrasta con la valoración que de su obra hizo el academicismo neoclásico considerándolo el punto de partida de la «corrupción del gusto» y de la decadencia de la pintura española, valoración que heredó el siglo XIX como muestra que en 1877, en el inventario post-mortem de las colecciones del XV Duque de Medinaceli, se cite a Giordano como «escuela de Cortona, napolitana decadente«. La revalorización de la la técnica y valía del pintor napolitano no acontece hasta bien entrado el siglo XX.
La presencia de numerosas obras del pintor en la colección Medinaceli se debe a la estrecha relación que éste mantuvo con Francisco de Benavides, IX conde de Santisteban, virrey de Nápoles entre 1688 y 1696, admirador, mecenas y valedor de Giordano, que además de continuar la labor de su antecesor, el Marqués del Carpio, de enviar obras del pintor napolitano a la corte, influyó sin duda en la decisión de Carlos II para que Giordano se trasladase a España, convirtiéndose en su pintor de cámara. Como resultado de esta estrecha relación, le encargó un gran número de obras para su propia colección (62 según el inventario de bienes fechado en 1716, 80 de acuerdo con el de 1750) que, al incorporarlas al mayorazgo de su Casa de Santisteban del Puerto y entroncar ésta con la de Medinaceli en 1789, se agregaron a las colecciones de esta última donde, gracias a estar vinculadas, permanecieron unidas hasta su disgregación jurídica en la penúltima década del XIX y física a principios del XX.
Antonio Ponz destacó el carácter excepcional de la presencia de tal número de obras de Giordano en una colección privada: «el duque de Santisteban tiene un gran número de cuadros de Lucas Jordán a quien los hizo pintar en Nápoles un ascendiente de dicho señor, siendo Virrey de aquel Reyno. Porción de ellos representan varias ficciones del Taso en su Poema de la Jerusalén; otros son asuntos sagrados y de diferentes santos. Ninguna casa de Madrid fuera de los Palacios Reales tiene tantas obras de este Autor. Hay también allí una porción de dibuxos de estos mismos cuadros y de otros«.
De este formidable conjunto, dividido por primera vez, a principios del siglo XX, entre los hijos del XV duque de Medinaceli, aún quedan doce cuadros en la colección de la Fundación Casa Ducal de Medinaceli.