Firmada y datada en el ángulo inferior izquierdo, sobre una vegetación que hace difícil su lectura, pero en la que se distingue con claridad el año de 1658 que ha servido para datar el lienzo de la Magdalena con el que hace pareja, en el que solo los primeros tres dígitos no ofrecen duda, y toda la serie en que se integra.
La iconografía de esta asceta egipcia se había llegado a confundir de tal modo con la de La Magdalena que el artista se ve obligado a inscribir “S. María geciaca” sobre el canto de la piedra en que se arrodilla la santa. En la tradición occidental, esta representación se funda en un poema francés, de finales del siglo XIII, sobre su vida, según el cual una joven de vida licenciosa peregrina a Jerusalén donde una fuerza invisible le impide entrar en la iglesia del Santo Sepulcro. Arrepentida, tras implorar perdón y prometer enmendarse, consigue entrar en el templo y allí la reliquia de la vera cruz le apremia a purificar su alma, por lo que se retirará al desierto a orar y hacer penitencia sin más bienes que tres hogazas de pan de las que vivirá milagrosamente el resto de sus sesenta años de vida.
En este lienzo, Llanos Valdés se concentra en lo esencial del relato, representando a la santa en el interior de una cueva presidida por una austera cruz de palo, cubierta únicamente por sus largos cabellos y arrodillada ante una calavera que reposa sobre un grueso libro abierto. La escudilla vacía y las dos hogazas y media de pan evocan el milagro de su larga vida sometida a una férrea penitencia con la que reparar su pecaminosa existencia anterior. El lejano paisaje del fondo es aquí mera referencia al desierto al que la santa se retiró y no un pretexto para pintar un paisaje arcádico.
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