En su testamento dictado en Nápoles, Per Afán III Enríquez de Ribera ordenaba que, si su muerte acontecía en Sevilla, fuera enterrado, bajo una cubierta de bronce, en la capilla de la Cartuja de las Cuevas, en la que, desde 1420, se habían enterrados todos sus antecesores, año de inhumación, recién concluida la capilla, del I adelantado mayor de Andalucía, bajo cuyo patrocinio fue construida, adquiriendo así, para su linaje, el derecho de enterramiento y patronato.
El testamento contradice una noticia que De Dominici ofrece, en el siglo XVIII, de un sepulcro marmóreo de gran calidad que Annibale Caccavello habría labrado para el virrey, monumento sepulcral que estaría en consonancia con los sepulcros que su tío Fadrique Enríquez de Ribera había encargado en Génova para sus padres y antepasados.
Aunque su muerte no aconteció en Nápoles, quiso su hermano menor, Fernando Enríquez de Ribera, cumplir la voluntad fraterna firmando un contrato, en diciembre de 1573, con el escultor Juan Bautista Vázquez el viejo y el rejero Bartolomé Morel, por el que, por el precio de 1.000 ducados, ambos se obligaban a entregar en seis meses una lámina de bronce ajustándose a una traza ya diseñada que se le entregaba en ese acto. El elevado precio refleja a un tiempo el prestigio que tenían los autores , la perfección de ejecución que se requiere en el contrato y el material que se exige «muy buen bronce de lo que se funde en artillería». En cuanto al diseño, María José Redondo Cantera considera que “la representación de don Perafán no sigue ningún modelo al uso en España en este tipo de monumento sepulcral” por lo que debe provenir de Italia y ser quizás de Annibale Caccavello, con el que, atendiendo a la noticia de De Dominici, debía el virrey estar preparando su sepultura. La misma autora señala que el “escultor no trabajó en esta lauda como tal, sino como dibujante y grabador, actividad que también ejerció”.
Como en los primitivos alzamientos germánicos de entronización, el duque de Alcalá se representa en pie sobre su escudo, ataviado con una rica y decorada armadura, sujetando el yelmo con su mano izquierda y la espada con la derecha, entre dos escudos con las armas de Ribera y Enríquez. Una inscripción “a la rredonda” en castellano, que identifica al difunto, y unos versos en latín, en una cartela bajo una corona ducal, completan la lauda. En el contrato se declaraba que los versos latinos, unos clásicos dísticos elegíacos, se entregaban con la traza, por lo que es muy posible que procedan también del refinado y cultivado mundo de la corte napolitana, en la que el duque se distinguió por su promoción de las artes y las letras y, singularmente, por el coleccionismo de antigüedades.