III Duque de Alcalá de los Gazules

Fernando Afán de Ribera (1583-1637)

El III Duque de Alcalá, hijo del IV marqués de Tarifa y de Ana Girón —hija de los primeros duques de Osuna—, nació en Sevilla el 10 de mayo de 1583, en un ambiente familiar imbuido de culto por las letras. Huérfano de padre desde los siete años, recibió, no obstante, una cuidada educación clásica y pronto mostró una fuerte inclinación hacia las humanidades. Bajo su patronazgo, su palacio sevillano, la Casa de Pilatos, devino centro de atracción de los mejores intelectuales y artistas de la ciudad que se reunían en ella formando una suerte de tertulia o academia informal que, en gran medida, continuaba la que había mantenido su padre en la Huerta del Rey, un antiguo palacio suburbano almohade adquirido por Catalina de Ribera y reformado por su hijo, el I marqués de Tarifa.

Con solo catorce años, siendo ya duque de Alcalá, casó con Beatriz de Moura, hija de Cristóbal de Moura —un noble de origen portugués, del círculo de más estrecho de colaboradores de Felipe II, al que Felipe III creó marqués de Castel-Rodrigo—. La actividad de mecenazgo intelectual y artístico del joven duque se inició muy pronto. Con quince años, aprovechó un viaje a Madrid, al funeral del rey prudente, para hacerse retratar por Pantoja de la Cruz y quizás para adquirir algunos bodegones de Antonio Mohedano que pudieron ser los primeros que viera el joven Velázquez, cuyo maestro y después suegro, Francisco Pacheco, asiduo de la Casa de Pilatos, se convertirá en asesor y buen conocedor de la colección pictórica que en este palacio reunirá. Con veinte, en 1603, encargó al mencionado Francisco Pacheco los lienzos del techo que cubren el Camarín Grande de su palacio sevillano, donde se reunía la tertulia citada. Un año después, el arquitecto Juan de Oviedo inició, encima del primitivo guardarropa del marqués de Tarifa, la obra de la biblioteca y armería, para la que, en 1606, el duque de Alcalá adquirió, por tres mil ducados de oro, la colección de cinco mil libros de Luciano Negrón, un canónigo de origen genovés, afamado bibliófilo que ocupó el cargo de examinador de libros del Santo Oficio, colección que —al decir de Pacheco— contenía «todas facultades i lenguas» e integraba la de Ambrosio de Morales.

En 1618 fue nombrado virrey de Cataluña, donde, además de ciertos ásperos desencuentros con las instituciones del principiado, dio las primeras muestras de su interés por el coleccionismo anticuario siguiendo la senda de su tío abuelo, el I duque de Alcalá, aunque en un tono muy distinto, acorde con los tiempos, menos interesados por la belleza de la escultura clásica y más por los objetos arqueológicos como monumentos —en su acepción etimológica de instrumentos para la memoria—, por lo que preferían coleccionar materiales epigráficos, tales como monedas, lápidas, pedestales etc., como los que se pueden ver todavía en la galería baja del Jardín Chico de la Casa de Pilatos.

Su primer viaje a Italia lo realizó bastante tarde, con 43 años, como Embajador Extraordinario para prestar obediencia al nuevo papa Urbano VIII. Consideran J. Brown y R. Kagan que, por las adquisiciones que hace y los regalos que recibe por las ciudades por las que pasa, desde Génova hasta Nápoles, debía tener el gusto bastante formado, pues todos ellos son muy representativos del conjunto final de la colección. Tres años después, en 1629, alcanzó el virreinato de Nápoles en sustitución del duque de Alba, cuyo regalo de bienvenida, un cuadro de “Los preparativos de la crucifixión” debió ser su primer contacto con la obra de José de Ribera, pintura que, en el siglo XVIII, fue depositada en la Iglesia de Santa María de Cogolludo, patronato de la Casa de Medinaceli, donde hoy continúa.

Unas acusaciones nacidas al calor de la animadversión que por él sentía, desde que lo sustituyó en el virreinato de Nápoles, el IV duque de Alba, —cuñado del válido del rey, conde-duque de Olivares— so pretexto de un problema ceremonial con la visita de la reina María de Hungría, hermana de Felipe IV, le obligaron a abandonar precipitadamente Italia. Pese al poco tiempo de residencia en Nápoles, regresó a España con veinticuatro cajones llenos de obras de arte, entre ellos setenta y seis pinturas.

En el inventario que se realizó en los últimos años de su vida, se cuentan 464 pinturas y numerosas esculturas que, aunque lejos de las colecciones más tardías de los marqueses de Leganés y del Carpio, está por encima de muchas otras: por temática, al pesar relativamente lo mismo las pinturas de retrato que las de tema religioso, y tener una presencia importante de paisajes, mitología y bodegones; y por estilo, al desvelar —en los pocos cuadros que se pueden identificar con seguridad—, un gusto por el tenebrismo de inspiración caravaggesca, opción estética que, durante sus estancias en Italia, se reafirmó patrocinando artistas como Jose de Ribera o Artemisia Gentileschi. Por ambas razones, la colección es parangonable a las de los mejores coleccionistas de su época. Sólo en la enorme cantidad de pequeña escultura, especialmente de bronce, con predominio de la obra de Giambologna, esta colección es inusual.

En 1632 volvió de nuevo a Italia, al virreinato de Sicilia, con la vaga promesa —que nunca se cumplirá— de volver a ocupar el de Nápoles. Murió en 1637, camino de Colonia adonde acudía como Embajador Plenipotenciario para negociar una paz que pusiera fin a la guerra que asolaba Europa, hoy conocida como la de los Treinta Años.

El final de su vida fue un auténtico drama, una sucesión de fallecimientos de sus hijos y hermanos que iban reduciendo el número de posibles sucesores, de suerte que, tras una efímera sucesión de su hija María, casada con el Príncipe de Paternó y fallecida en 1639, las Casas y Estados de Alcalá —el condado de los Molares, el Marquesado de Tarifa y el ducado de Alcalá de los Gazules y con ellos las propiedades inmobiliarias vinculadas a cada uno, entre ellas la Casa de Pilatos— recayeron finalmente en su sobrina carnal, Ana María Enríquez de Ribera, hija de su hermano menor y predilecto don Pedro Girón, quien por su madre era además marquesa de Alcalá de la Alameda y estaba casada desde 1625 con el VII Duque de Medinaceli.