Una rotonda cubierta por bóveda de casetones

Como en el resto de la iglesia, subrayando así el sentido de unidad compositiva, esta rotonda la organiza el arquitecto, Diego de Siloé, mediante tres grandes arcos enmarcados por medias columnas corintias −orden antiguo al que los arquitectos del Renacimiento otorgaron un significado resurreccional y triunfal− sobre las que descansa un entablamento que circunda todo el templo, consiguiendo una perfecta articulación entre la rotonda y la nave. [imagen 1]

Está cubierta por una cúpula o media naranja del tipo que el hijo de Andrés de Vandelvira, Alonso, arquitecto como su padre, en su Libro de traças de cortes de piedra denomina “capilla redonda por cruceros”: una bóveda clásica de casetones, cuya referencia evidente es el Panteón de Roma. Este abovedamiento venía ya exigido en las primeras trazas de Siloé, con indicación de sus medidas, pero dejando, a criterio del maestro cantero, el número exacto de artesones. [imagen 2]

En el proyecto de Siloé de 1536 todavía no está definido donde se situarían las sepulturas de los fundadores, pues se dice que debían abrirse «tres arcos uno para el altar mayor y otros dos para otros dos altares o sepulturas«. Los sepulcros fueron finalmente colocados en una sencilla y sobria cripta situada bajo el presbiterio. Los grandes arcos se utilizaron para alojar retablos, de los cuales, el único del siglo XVI, es el de la Transfiguración, obra de Alonso Berruguete. Los demás retablos y esculturas o son del siglo XVII, como los evangelistas que albergan las hornacinas a ambos lados del Altar Mayor, únicas obras conocidas del escultor ubetense Pedro de Zayas, o producto de la transformación barroca que este espacio sufrió desde mediados del siglo XVIII.

Las reformas barrocas dieciochescas

De esta última y, en cierto sentido, espectacular renovación interior de la capilla mayor fueron responsables tres hermanas solteras de nombre Leonor, Isabel y Baltasara Teresa de los Cobos y Luna, que se sucedieron entre 1761 y 1791 en el marquesado de Camarasa y, por lo tanto, en el patronazgo de sangre de la Capilla. En esta reforma, se introdujeron: los retablos laterales; el baldaquino que enmarca el relieve de la Transfiguración de Berruguete, ejecutado por el artista local, entallador y dorador, José García de Pantaleón y  los apóstoles del tambor, esculpidos por Juan Antonio de Medina en 1770. También se cubrió el tambor de pinturas murales y rocallas doradas [imagen 3] y se pintaron los casetones de la cúpula —que hasta entonces debieron estar decorados, como el resto de las capillas laterales, de oro, azul y blanco— con diversos motivos figurativos, de ángeles músicos y de inscripciones sagradas. Por último, los pavimentos que había trazado Vandelvira y se habían instalado entre 1563 y 1568, fueron sustituidos por Juan de Morales, a partir de 1778, por otro de mármoles de Filabres y Jaén.

Tales intervenciones modernizadoras no fueron del gusto del abate Ponz, secretario de la real Academia de Bellas Artes de San Fernando, quien las criticó desde el nuevo gusto ilustrado en el volumen de su Viage de España que dedicó en 1791 a Andalucía.

La resturación de Juan Luis Vassallo

Muy dañado durante la Guerra Civil, todo el conjunto de retablos y esculturas de esta Capilla Mayor fue restaurado, entre 1955 y 1969, —primero desde Sevilla y después desde Madrid, en un taller que adquirió al efecto el duque de Medinaceli— por un equipo dirigido por Juan Luis Vassallo Parodi e integrado por Francisco Mohedano Reyes, dorador de muchos pasos de la semana santa de Sevilla y profesor de dorado y modelado de la Escuela de Artes y Oficios de Madrid, y los escultores Manuel Mazuelos y Manuel Guzmán Rodríguez Doblas.

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