El jardín del Pretorio

Originalmente existieron en este espacio —que hoy denominamos “Jardín Chico”— dos pequeños jardines separados por unas construcciones que conducían hasta la tribuna que los duques de Alcalá tenían en la vecina iglesia de San Esteban y que,para formar un único jardín rodeando la sala dorada,  fueron derribadas a principios del siglo XX . El mayor de estos jardines, y el que concibió don Fadrique como huerta de su nueva edificación, salón del Pretorio y Sala dorada, es el situado frente al corredor o loggia del zaquizamí que, hasta hace poco, era conocido como jardín del Pretorio.

Las rejas renacentistas

En este corredor del zaquizamí puede ver dos de las tres rejas renacentistas que conserva el palacio, una cerrando un vano del Salón del Pretorio, y, otra, de la Sala Dorada. La tercera, está situada en el Jardín Grande, aunque se puede distinguir, al fondo del otro lado del patio, desde este corredor. Los barrotes abalaustrados y los frisos decorados con querubines, que eran una novedad en la rejería sevillana, están realizados en hierro fundido, mientras que los remates, con las armas de los Enríquez de Ribera sostenidas por diversos tenantes y rodeadas de otras figuras heráldicas, son de doble chapa calada y repujada. Las tres rejas, las mejores que se conservan de la arquitectura civil del Renacimiento sevillano, están atribuidas al rejero salmantino Pedro Delgado y fueron ejecutadas a mediados del siglo XVI.

El agua de los Caños de Carmona

Frente a la Sala Dorada, en el límite del antiguo jardín del Pretorio, se encuentra una alberca cuyo surtidor es una escultura en bronce que representa a un Baco niño ataviado con túnica y sandalias, obra de Mariano Benlliure realizada en 1900. La dificultad de acceso al agua hacía de la posesión de un jardín un raro privilegio, un signo de distinción social. El palacio disponía de “agua de pie”, es decir, de una conexión con el acueducto romano-almohade, conocido como los Caños de Carmona, del que aún quedan,muy cerca de este palacio, algunos restos. El agua que traía este acueducto —y que, probablemente llenaba esta alberca—  era monopolio de la Corona e iba originalmente destinada a regar las huertas del Alcázar, así como a abastecer las fuentes públicas. Sólo, como raro privilegio, algunos conventos y un puñado de particulares fueron recibiendo concesiones. A fines del siglo XV, únicamente veinte fincas, en toda la ciudad, podían disponer de este “agua de pie”, circunstancia que explica por qué la mayor parte de las numerosas casas de recreo que las élites urbanas crearon a lo largo del siglo XVI —cuya pieza fundamental eran las huertas ajardinadas— se situaron, para poder regarlas mediante norias, en las orillas del río Guadalquivir.

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