Sala dorada
La última obra del I marqués de Tarifa
El año 1539, el último de la vida del I marqués de Tarifa, posiblemente porque presintiera su fin, se registró una actividad febril en las obras del palacio, y esta sala dorada junto con la arcada que a ella conduce son las últimas estancias que agregó al palacio que heredó de sus padres.
Los artesonados de casetones que cubren tanto el corredor como la sala dorada, de idéntica estructura al del salón del Pretorio, aunque adornados únicamente con piñas de mocárabes doradas datan, como hemos dicho, de 1539 y, por tanto, son los más modernos de cuantos hay en el palacio, pues en las obras posteriores no solamente no se empleó este tipo de armadura, sino que se desmontaron u ocultaron algunas de las existentes.
Los relieves de época claudia
Tanto la Sala Dorada como el Corredor del Zaquizamí, albergan piezas destacadas de la colección que formó en Italia el I Duque de Alcalá. Sobresalen del conjunto, dos bajorrelieves de mediados del siglo I d.C., colocados uno frente al otro, que conmemoraban la victoria de Augusto, el 31 a.C., sobre las fuerzas reunidas de Marco Antonio y Cleopatra en la batalla de Actium, triunfo que marca simbólicamente el fin de la República romana y el comienzo del Imperio. Forman parte de una serie de nueve piezas y diversos fragmentos que desarrolla un programa de exaltación genealógico-dinástica del emperador Claudio, conjunto que se dispersó en la testamentaria del XVII duque de Medinaceli y que es conocido por la historiografía como «Ciclo de relieves Medinaceli de época Claudia«
Las cenizas de Trajano
Frente a la puerta de esta sala se encuentra un trofeo de armas renacentista inspirado en los paneles del pedestal de la columna de Trajano en Roma que albergaba, dentro de una urna de oro, las cenizas de este Emperador. Según una tradición oral, apoyada sobre datos históricos, dichas cenizas del Emperador nacido en Itálica —ciudad romana próxima a Sevilla— fueron sacadas de la Columna Trajana siendo el III Duque de Alcalá Embajador de España en Roma, quien las trajo a su palacio sevillano en una urna de alabastro. Una criada del Alcaide del palacio, que quiso robar la urna, derramó su contenido, que le pareció sin ningún valor, desde un balcón al jardín. Cuando se consiguió recuperarla, según nos cuenta el cronista del s. XVII, Ortiz de Zúñiga, “las cenizas se habían consumido en el Jardín con las aguas” de suerte que el emperador de Roma en el momento de máxima expansión del imperio descansa entre los naranjos de alguno de los jardines de este palacio.