Primera duquesa de Medinaceli por derecho propio, Doña Victoria Eugenia Fernández de Córdoba y Fernández de Henestrosa, era hija primogénita de don Luis Jesús Fernández de Córdoba y Salabert, XVII Duque de Medinaceli y de doña Ana María Fernández de Henestrosa. Nació en el desaparecido Palacio de Medinaceli de Madrid, sito en la plaza de Colón, el 16 de abril de 1917. Fue solemnemente bautizada en la Cámara Regia del Palacio Real apadrinada por los Reyes don Alfonso XIII y doña Victoria Eugenia, razón de su nombre de pila. Su infancia discurrió en un mundo hoy desaparecido y olvidado, entre el frío ceremonial de la Corte en la que la casa de Medinaceli, por su preeminencia dentro de la grandeza de España, gozaba de protagonismo y una relación más informal con los reyes por la amistad que unía a su padre con el rey Alfonso XIII por ser de la misma generación y compartir similares aficiones y a su madre con la reina doña Victoria Eugenia. Junto con su madre, abuela y hermana, cumplió los 14 años en el tren que conducía a la reina con sus hijos al exilio a través de Hendaya, inmediatamente después de la proclamación de la República, mientras su padre acompañaba al rey Alfonso XIII a través del puerto de Cartagena.
Junto con sus padres, regresó a España, a Sevilla, en febrero de 1937, ciudad en la que inició su labor asistencial como enfermera y en la que conoció a don Rafael de Medina y Vilallonga con quien se casó el 12 de Octubre de 1938, vinculándose así definitivamente a esta ciudad al fijar su residencia en el palacio de los Adelantados Mayores de Andalucía, más conocido como Casa de Pilatos, y recibir, por cesión de su padre con ocasión de su boda, el título principal de dicha Casa, el ducado de Alcalá de los Gazules.
Por haber sido su esposo, Don Rafael de Medina y Vilallonga, alcalde de Sevilla entre 1943 y 1947, conoció de primera mano las penalidades de la larguísima posguerra, sintiéndose obligada a contribuir a la mejora de las condiciones de vida de zonas marginales de la ciudad, en lo que puso un empeño personal que, pese a su proverbial discreción y tendencia natural a huir de todo protagonismo, todavía hoy muchas personas recuerdan. El suburbio de El Vacie, en Sevilla, fue un lugar de especial atención y esfuerzo. De esta experiencia nacería una sensibilidad que se desarrollaría posteriormente, ya fuera con los enfermos tuberculosos, o cediendo su casa a la Cruz Roja para la recaudación de fondos con fines asistenciales. Esta labor fue reconocida con la concesión de Medalla de Oro de la Cruz Roja en 1963.
Convencida de que la educación es el fundamento de todo desarrollo social, dedicó parte de sus esfuerzos a posibilitar el acceso a la misma de los más desfavorecidos. Con este propósito, en Toledo, cedió una parte del Hospital de San Juan Bautista, más conocido por el apellido de su fundador, el Cardenal Tavera, para ampliar un colegio preexistente. Con idéntico fin, en su propia residencia en Sevilla, la Casa de Pilatos, acondicionó un ala entera de ella para crear y dotar un colegio que diera acceso a la educación a los niños más desfavorecidos del barrio de San Esteban en el que su casa se enclava, institución que financió enteramente entre 1969 y 1978.
En paralelo a esta labor asistencial y educativa, desarrolló una fecunda y al mismo tiempo voluntariamente discreta actividad en el campo de la cultura. A principios de los años 50, inició junto con su esposo, Don Rafael Medina, la restauración de la Sacra Capilla del Salvador de Úbeda, brutalmente destrozada durante la Guerra Civil y cuyo patronazgo había recibido en 1948 al suceder a su tío don Ignacio Fernández de Henestrosa en el marquesado de Camarasa. De esta intervención que abarcó el conjunto de la Capilla, sobresale la restitución integral de su Altar Mayor, trabajo que ocupó más de una década al escultor gaditano Juan Luis Vasallo y del que destaca la refacción completa del conjunto de los Apóstoles del retablo de la Transfiguración, soberbia obra de Alonso Berruguete, del que solo quedaba la imagen central de El Salvador, tarea especialmente comprometida en la que Vasallo supo evocar con increíble fidelidad el espíritu del mejor escultor del Renacimiento español.
Simultáneamente a esta intervención en la ciudad de Úbeda, comenzó una labor de rehabilitación de diversos inmuebles de su patrimonio histórico, especialmente de la Casa de Pilatos y del Palacio de Oca en Pontevedra, abriéndolos a la visita pública, dentro de una labor de difusión de su patrimonio histórico de la que cabe destacar la apertura a sus expensas del Archivo Ducal de Medinaceli, uno de los fondos documentales privados más importantes de Europa.
Junto a esta labor de restauración y difusión del patrimonio histórico heredado, ha desarrollado otras actividades no menos interesantes desde el punto de vista cultural. Así, preocupada, junto a su marido, por la progresiva disolución de los valores monárquicos en España, acogió en su casa sevillana un círculo cultural, conocido por “Círculo Cultural Jaime Balmes”, institución que había sido fundada en Estoril el 25 de mayo de 1959 en un almuerzo presidido por el Conde de Barcelona. Este círculo reunía semanalmente a la intelectualidad comprometida con los valores de la monarquía parlamentaria y en cuyas conferencias se hablaba, en plena dictadura franquista, del sistema parlamentario y de libertades.
No obstante, la obra cultural que compendia todos sus esfuerzos proyectándolos hacia el futuro, fue la creación, en 1978, de la Fundación Casa Ducal de Medinaceli a la cual generosamente donó el máximo de bienes de su patrimonio histórico que la legislación le ha permitido. De esta forma, el patrimonio que la historia le había legado quedaba vinculado, para siempre, a los fines de conservación y difusión a los que había dedicado gran parte de su vida, cobrando dichos fines vida autónoma a través de una institución en la que están representadas las Reales Academias de la Historia y de Bellas Artes, el Museo del Prado, y diversas personalidades del mundo de la cultura, persiguiendo la continuidad y rehuyendo las, siempre azarosas, voluntades individuales. Durante 25 años presidió esta Fundación a la que fue fusionando otras fundaciones históricas de las que tenía el patronato de sangre, agrupando, dando sentido y unidad y preservando un vasto patrimonio que incluye inmuebles dispersos por toda España sirviendo a usos culturales y una colección pictórica, escultórica y mueble de dos millares de objetos.
De su matrimonio nacieron cuatro hijos: Ana, condesa de Ofalia, Luis, Duque de Santisteban, Rafael, duque de Feria e Ignacio, Duque de Segorbe, de los cuales los tres mayores le premurieron, desgracia vital que sobrellevó con lúcida resignación gracias a su profunda fe católica que quedó reflejada en las numerosas organizaciones religiosas a las que perteneció, sobresaliendo entre ellas su condición de Hermana Mayor de la Archicofradía de Jesús de Medinaceli de Madrid y de la Pía Unión del Vía Crucis a la Cruz del Campo o la de Camarera Mayor de la Macarena. Ha tenido nueve nietos y ha conocido a otros nueve bisnietos.