Sentada y con su brazo derecho apoyado sobre un pilar de piedra, en cuya base aparece la firma y data de su autor, la santa es representada sosteniendo un sudario que no envuelve al Cristo muerto, sino que muestra los símbolos de su pasión y muerte: la calavera y la cruz. Estos objetos apoyan sobre un grueso libro, cuya encuadernación en pergamino permite amoladarlo abierto sobre su pierna. Con esta iconografía, que ni siquiera añade el tradicional bote de ungüentos, el artista persigue evocar exclusivamente a la santa que en los cuatro evangelios canónicos aparece como la primera testigo ocular de la Resurrección de Cristo y representarla conmovida y absorta en la meditación sobre el proceso de su pasión y muerte.
Esta iconografía se ajusta a la preceptiva de la Iglesia, tanto en la forma apropiada de representar a María Magdalena como con el ambiente que debía presidir la meditación. Respecto de la primera, recomendaba no representarla desnuda —como desde Baja Edad Media se venía haciendo por asimilación de la iconografía de Santa María Egipciaca—, pero tampoco ataviada con lujosas vestiduras ni alhajada de ricas joyas. En cuanto a la segunda, San Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales, aconsejaba realizar la meditación en una habitación en penumbra, recomendación aprovechada por Llanos Valdés para jugar con una luz tenebrista, representando a la santa en un oscuro interior con un claroscuro que alumbra únicamente su rostro, el sudario y los objetos en los que concentra su mirada.
Esta Magdalena es una versión idéntica de otra, procedente de una colección madrileña, subastada en 2020 y fechada en 1657, por lo que, de las obras con firma y data de Llanos Valdés, esta sería la segunda conocida, pese a lo cual, Enrique Valdivieso considera que ya “muestra al pintor en plena madurez creativa y con un claro dominio de la composición, el dibujo y el colorido”.
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